Mi visita al Museo Pablo Serrano de Zaragoza era fruto de una tremenda curiosidad. Siempre me ha llamado la atención el exterior de este museo, incluso antes de la última reforma, porque le hacía destacar sobre los edificios colindantes con su fachada de hormigón, su estanque y su acceso sobre un puente. La verdad es que nunca llegué a verlo en su etapa anterior así que no puedo juzgar su interior desde el punto de vista de la reforma; para mí es un edificio completamente nuevo.
Parte de esa curiosidad viene de la controversia que se produjo cuando se hizo pública la reforma por parte del arquitecto José Manuel Pérez Latorre, muy conocido en esta zona por sus aciertos o desaciertos, según a quién le preguntes (para mí, en general, aciertos…). Y no sólo por presentar una arquitectura moderna de volúmenes a la que tan poco estamos acostumbrados en esta ciudad, sino por la inversión de tiempo y dinero que ha supuesto en una comunidad autónoma donde el arte moderno se valora y se comprende muy poquito, por desgracia, aún habiendo tenido grandes figuras como el mismísimo Pablo Serrano.
Primer punto de la reforma: el acceso ya no es sobre un puente en un estanque a una altura más o menos a mitad del edificio. Ahora se accede por una rampa lateral que permite un acceso cómodo a minusválidos y una ordenación del hall de entrada bastante correcta. No es espectacular pero es funcional. Antes de llegar al mostrador de recepción, tienes una sala donde se exponen distintos bocetos y planos de la última reforma, lo que te permite ver cómo se ha llegado a esa forma un poco chocante y difícil de definir que ves en la silueta del edificio. A mí por lo menos me sirvió para aclararme un poco las cosas y luego, al recorrer las salas creo que terminé de entenderlo.
El mobiliario «móvil», como podéis observar, así como algunos acabados, está compuesto en su mayoría por tableros de fibras tratados con barniz colorate y remates en madera de pino. Sin duda, esta estética de reciclaje es al mismo tiempo una oda a los materiales. No se enmascara nada, puedes ver claramente de qué está hecho todo y disfrutar, al mismo tiempo, de los contrastes de texturas, colorido y naturalidad, al mismo tiempo que la recurrencia de los objetos en estos materiales hace de hilo conductor entre las distintas zonas comunes del edificio. En las imágenes que veis sobre este texto tenéis un conjunto de asientos en una zona de espera de la planta baja, y un mostrador/expositor de folletos en la planta segunda. Fijáos también en que en la segunda imagen el suelo está revestido con una moqueta tipo coco o sisal, sin duda un material natural, que hace de felpudo de paso forzoso, al estar colocado en una zona extensa a la entrada de la sala, y da un toque cálido en un edificio con acabados claramente industriales.
Otro detalle interesante que me llamó poderosamente la atención fueron los remates entre revestimientos. La solución elegida para la transición de materiles es un perfil de aluminio muy fino en forma de U que deja una sombre leve y uniforme entre unos materiales y otros. En la imágenes superiores podéis ver dos ejemplos; colocado como remate entre la huella de madera y la contrahuella de revestimiento cerámico de las escaleras y colocado como remate entre el suelo cerámico y el trasdosado de pladur de paredes y pilares. Una solución muy interesante estéticamente y de fácil colocación pero poco realista a juzgar por el resultado final. Primero, tienes que asegurarte que los oficios que trabajan para ti entiendan la importacia de rematar correctamente las transiciones de los acabados; en el caso de la escalera los encuentros no son muy limpios. En segundo lugar, siempre hay que pensar en el mantenimiento del edificio y en el cuidado de los que se van a ocupar de ese mantenimiento. El zócalo en los revestimientos se coloca para evitar manchas, arañazos y daños en las zonas bajas de las paredes al rozar con objetos de uso común como escobas y fregonas. En el caso del encuentro entre pladur y suelo cerámico, un perfil de apenas 2 ó 3 centímetros no salva a las placas de escayola de los golpes de escobas, fregonas, pulidores, etc. y el primer sitio en evidenciarse son las esquinas, que empiezan a arrugarse y deformarse. Una pena porque realmente el efecto es muy atractivo.
Parte del secreto de la forma exterior del edificio está en las grandes salas exentas y los miradores, como podéis ver en la imagen superior. Me llamó especialmente la atención este mirador al que se accede por una de las salas y que sin embargo no comunica con ninguna zona común, aunque está pared con pared con el vestíbulo de paso de las escaleras… ¿Tenía o tiene alguna función oculta más allá de la meramente recreativa que se me escapó?
Una de las cosas que más me gustó del museo fue que realmente hace destacar la obra expuesta. No te distrae de las obras de arte, los recorridos son fáciles de entender y los acabados no le quitan protagonismo a las esculturas y pinturas. La obra de Pablo Serrano y Juana Francés se ve espléndida y fácilmente comprensible. Pablo Serrano me volvió a conquistar, como ya lo había hecho con la máscara expuesta en el Museo Reina Sofía de Madrid, con una escultura que cuenta historias a partir de volúmenes y texturas, que te dirige la mirada sin darte cuenta y te despierta emociones dormidas en alguna parte. Juana Francés me sorprendió, no conocía su obra y sin embargo me pareció impactante e innovadora, buscando nuevos caminos de expresión a través de los volúmenes sobre un lienzo a priori bidimensional.
Por último, nombraros la terraza, con unas vistas espectaculares y un contraste de acabados magnífico. Me encantó la tarima de madera sin tratar y el contraste con el revestimiento negro pulido. Había llovido el día que yo lo visité y olía a madera húmeda en el ambiente. Las panorámicas más representativas de la ciudad se enmarcan con miradores y ventanas escondidas. Un comentario repetido por todos los que subíamos a la terraza: «Si pusiesen un restaurante aquí…».
Sin duda, ya sé a dónde llevar a mis amigos aficionados al arte contemporáneo cuando vengan a visitarme.